Cuando se anunció el nacimiento de Dolly, todo tipo de agoreros se rasgaron las vestiduras ante los supuestos peligros que la clonación traería consigo.
La reproducción por clonación no es noticia: la vienen practicando las bacterias desde hace miles de millones de años. La usan los silvicultores para obtener arbolitos por esqueje. Ocurre espontáneamente entre nosotros cada vez que una pareja tiene gemelos monozigóticos. Esos gemelos son más idénticos entre sí de lo que serían los humanos artificialmente clonados, pues a su mismo genoma añaden la misma edad y una más semejante circunstancia. Entre los mamíferos, los campeones de clonación son los armadillos, que siempre paren camadas de cuatro a doce gemelos monozigóticos.
Personalmente pienso que si solo se tratara de reproducirse, la naturaleza, Dios, no se habría embarcado en algo tan extravagante, ya que las personas antes de ser mecanismos reproductores, somos un generador de diversidad que da lugar a genomas siempre inéditos. La clonación, por el contrario, produce fotocopias genéticas de sus progenitores. La selección natural actúa sobre la variabilidad genética previamente dada. Si nos reprodujésemos exclusivamente por clonación, esa variabilidad sería mucho menor, lo que frenaría la evolución biológica y nuestra adaptación potencial a cambios imprevistos del entorno.
Por mucho que nos gustemos, la idea de vivir en un mundo con personas idénticas a nosotros no nos seduce a casi nadie.
En definitiva, no podemos utilizarnos a nosotros mismos ni convertirnos en un instrumento para hacer experimentos.
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